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WAGNERIANAS

¡Oh!, llévame con tus ansias; en las nevadas uvas de tus senos,
fermenta el vino sublime de los placeres azules.
Quiero libar en tu boca la satánica miel de los venenos;
con el haschisch de tus besos me hará ver mil Estambules.

Las románticas palomas se besan blandamente con el pico;
y se abraza con las nubes —ogro de piedras— el cerro.
Une tu boca a la mía, mientras me embrujan con su ideal chamico,
tus ojos, cafres ardientes, que se vengan de su encierro.

Pasaron las golondrinas: ideas de un espíritu iracundo;
las nubes negras pasaron como viudas lacrimosas;
y el iris, risa de Flora, cayó cual serpentina sobre el mundo,
y de él nacieron los sueños y las regias mariposas.

Las flores de porcelana son jarrones artísticos de Etruria;
canta el crepúsculo herido, su yambo de cisne griego.
Como un silfo ruboroso que se esconde en su lecho de lujuria,
entra el Sol en occidente bajo sábanas de fuego.

¡Vamos a pasear, querida! Plutón fecunda la dormida tierra
y teje Dios en el cielo su luminoso arabesco.
Por entre las verdes cejas que embellecen el rostro de la sierra
baja el río a la llanura como un sudor gigantesco.

Una loca pincelada, del Miguel Ángel soñador de arriba,
flota en la cúpula inmensa del etéreo Vaticano;
sobre el triste campanario la aguja de metal se yergue altiva
como el dedo de Dios mismo señalando un gran arcano.

¡Vamos a pasear, querida, florecen las dormidas amapolas
como blasfemias sangrientas que Richepin cincelara,
como bocas de odaliscas, como ardientes mejillas de manolas,
como lenguas que Swinburne con su gran cincel tallara!

Como hipérbole de duda, nace la «noche blanca» de la bruma
y su ramazón de nieve forma un incienso de tules,
cadavéricos jazmines va deshojando la nevada espuma,
¡y los cardales nos miran con sus pupilas azules!

Como en el alma de Rubens, hay en el lago llamas y mirajes.
Dios sopla en la inmensa fragua y el cielo florece chispas;
y celebran sus idilios sobre el gracial balcón de los ramajes,
bayaderas de oro y plata, las armónicas avispas.

Las uvas negras esplenden, cual pupilas de reinas de Etiopía;
un gran harem hay arriba que para Venus fue hecho,
entre sábanas de raso duerme la reina en su lujosa umbría,
y los astros son gacelas que reposan en su lecho.

Como Poe yo amo el negro: los negros novilunios de tus cejas
que en el cielo de tu rostro fueron hechos de relieve;
la escandinávica noche de tu cabello, que flotar dejas
para que forme un misterio sobre tu cuerpo de nieve...

Los tristes gajos del sauce lloran temblando su inmortal rocío;
el alma azul de Lucía, trémula, en ellos se arropa:
como estrofas de Prudhomme lloran ondas, cíngaras del río;
¡Y el zorzal ebrio de cantos es Verlaine frente a una copa!
de Mallarmé dicen versos los neuróticos batracios,
y las luciérnagas de oro semejan, al formar extraños giros,
una elegante gavota de hermosísimos topacios.

¡Vamos a pasear, querida; tus ojos son de luz cristalizada,
como el ardiente veneno que hizo cantar a Anacreonte;
es tu boca el rojo Infierno donde Dante labró sus llamaradas
y tus senos son dos versos cincelados por Leconte!

autógrafo

Julio Herrera y Reissig


«Los maitines de la noche» (1902)

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